EL TIEMPO


lunes, 30 de enero de 2012

PACHANGA

pachanga. 1. f. Danza originaria de Cuba. 2. f. coloq. Alboroto, fiesta, diversión bulliciosa. 3. f. Partido informal de fútbol o baloncesto que se juega en una sola portería o canasta. U. m. en dim. 4. f. coloq. Arg., Cuba, El Salv., Guat., Nic. y Ur. Fiesta popular o familiar, generalmente con baile.
(Real Academia Española © Todos los derechos reservados)


Hoy vamos a hablar de una de las cuestiones más importantes en el mundo del pádel: la pachanga. Como todo el mundo sabe o debería saber, se trata del encuentro entre varios jugadores de pádel que juegan entre sí indistintamente con fines lúdico-deportivos. No es una competición propiamente dicha, aunque a veces lo parezca. Tampoco es algo sencillo, como veremos a continuación. Y es que la pachanga tiene su historia, digna de una tesis doctoral no en el INEF, sino en Psiquiatría.
El origen de la pachanga se remonta a los primeros pasos del homo sapiens, cuando en la caza de mamuts, los fines de semana, quedaban en grupos de ocho para rodear al animal y hacer así más fácil su captura, rodeándolo. Este es el motivo por el que Primitivo es proveedor oficial del equipo de Las Redes.
Algunos estudiosos atribuyen la invención de la pachanga a monsieur Lepachang, un arquitecto francés que emigró a Cuenca en el siglo XVI y que estaba tan colgado que las casas de esa ciudad acabaron igual que él. Lepachang tenía por costumbre celebrar los sábados por la mañana encuentros con destacadas personalidades de la vida social conquense, por aquel entonces una de las ciudades más importantes de Europa porque todos los dirigentes del continente la tenían muy en cuenca y cuando iban a visitarla quedaban encantados (de ahí la famosa Ciudad Encantada de Cuenca). Pero, a qué venía todo esto? Ah, sí. Lepachang. Este personaje murió en la indigencia y en el más profundo abandono y no seremos nosotros, desde aquí, quienes rompamos con tantos sigos de olvido.
Recientes estudios han demostrado que Lepachang era, en realidad, un chino (en su pueblo era conocido simplemente como 'El Chang') que puso en marcha por primera vez en su país pachangas de ping-pong con pelotas (en principio, cuadradas) pero que dieron origen a ese deporte tal y como lo conocemos hoy. Una estatua recuerda a Lepachang en la bocana del muelle de Bristol porque fue allí donde apareció tras hundirse un carguero de bandera tailandesa que procedía de su ciudad natal. Ni que decir tiene que el carguero tailandés estaba capitaneado por un italiano. Bueno, nos estamos yendo del asunto por segunda vez.
Sea cual sea su origen, la pachanga se ha convertido en el punto de encuentro habitual de los componentes de nuestro equipo, manteniendo de esta forma el contacto durante todo el año. Otra cosa es la forma física, mucho más difícil de mantener.
Poner en marcha una pachanga parece cosa fácil, pero no lo es. De hecho, está considerada por el Reader's Digest como una de las tres cosas más difíciles de hacer después de subir el Everest a la pata coja con callos en el pie y de encontrar un bar abierto en Oslo a partir de las nueve de la noche en invierno.
El primer inconveniente radica en localizar a los ocho integrantes de la pachanga. Los servicios secretos británicos, el famoso Mi6, han tardado menos en hallar a peligrosos yihadistas afganos en las cuevas de su país. Quien trata de montar una pachanga a través de mensajes sms de móvil tiene la misma sensación que quien envía mensajes al espacio con la esperanza de encontrar respuesta por parte de vida extraterrestre. Si en lugar de invitar a una pachanga buscase voluntarios para acudir a primera línea del frente en Iraq o para cargar gratis sacos de cemento en el muelle, seguramente lograría mejor respuesta.
Una vez conseguido el reto de reunir a ocho jugadores, el/los convocantes se enfrentan a un segundo obstáculo: la puntualidad. No hay pruebas convincentes de que una pachanga haya comenzado alguna vez a la hora que se haya convocado. Hay quien piensa que de ser así traería mal fario.
Luego llega el momento del sorteo de parejas, que jugarán entre sí, o mejor dicho, jugarían entre sí si alguna vez diese tiempo a acabar una pachanga completa. Sorteo sin manipulación, limpio de trampas (ante notarios), como corresponde a un juego tan serio.
Se juegue hora y media o se jueguen dos minutos, después de cada pachanga existe un tercer tiempo, casi tan importante (qué digo casi, más importante) que los partidos en sí. Un ritual que se repite semana tras semana y en el que lo mismo se recuerdan las jugadas más interesantes de la pachanga que se habla de múltiples asuntos de actualidad: política, economía, urbanismo... anatomía.
Todo forma parte de un plan perfecto: Primitivo dispone a sus hombres sobradamente preparados para hacer frente a este momento, entrenados física y psicológicamente para atender a los jugadores de la pachanga que recalan en sus dominios. Algunos, caso de Mariano, joven pero veterano mercenario de los Balcanes que conoce lo que es el olor y el sabor de la pólvora, contraatacan con aceitunas del tamaño de granadas de mano. Todo un ejército para encarar la parte más difícil de la jornada y evitar a toda costa que se agote el barril de cerveza, la peor noticia que puede escuchar jamás todo jugador de pachanga que se precie.
Los jugadores reciben las visitas fugaces de miembros del Club que les muestran su solidaridad y apoyo en esos momentos de descanso del guerrero. Firman autógrafos a los más pequeños que sueñan con ser algún día como ellos y presumen ante las derretidas mujeres de su excepcional forma física. Así pueden pasar horas y horas estos auténticos fenómenos de la naturaleza porque sus cuerpos están preparados para las condiciones más extremas.
Cae la tarde en el Club. Es el fin de una pachanga pero el comienzo de la siguiente. Atrás queda el recuerdo del trabajo bien hecho con la ilusión de repetirlo una semana después.


Bibliografía usada en la elaboración de este artículo:
“Pachanguear”, de Fernando Lázaro Carreter (Ediciones Pepino, 1987)
“Diccionario del Pádel, 9ª edición”, varios autores (Editorial Espeso Calvo)
“El pádel en China”, J. Chun-Ghui (Editorial Todoauneuro, 2005)
“Historia de la cerveza”, Hans Helmo (Editorial Spuma, 1990)
“Guía de El Coronil”, editada por el Ayuntamiento de El Coronil en 2010
“Catálogo de Cruzcampo 2011”
Y la discografía del “Dúo Pachanga” que ameniza las fiestas de agosto en el Club
http://duopachanga.es/videos.php

2 comentarios:

  1. Genial el articulo, ¿En que trabajará este chiquillo?
    Bueno sólo ha faltado la retirada de los participantes, esa que se efectúa tras recibir tres tokes de atención de el alto mando, y al que siempre respondemos "montandome en el coche estoy"

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  2. Tampoco se ha hablado de las pelotas, perdón, de las bolas, esas cosas reondas sin las cuales es imposible jugar por muy macho que se sea. Algunos no compran un bote desde que las hacían blancas y jugaba un tal Lacoste que luego se hizo rico con los polos. Y tienen más miedo a pasar por el pasillo de los botes de bolas del Decathlon que por delante de Hacienda.

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